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JOSELITO

Un viaje por el universo del sabor

La gama de productos Joselito nos lleva por un recorrido mucho más allá del sentido del gusto

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Viajar es soñar. Soñar es viajar. Ningún acto humano atesora un poder tan enriquecedor, tan potente. Ensanchar horizontes, acumular experiencias, compartir culturas e intercambiar hábitos, costumbres, gustos, miedos, pasiones, anhelos, nostalgias, reflexiones, esperanzas…  Entornos desconocidos y gentes maravillosas que radican en lugares remotos o se hallan esperando a la vuelta de unos pocos kilómetros de nuestras raíces.

Durante este fatídico año para toda la Humanidad hemos visto mermada nuestra capacidad y nuestra voluntad de desplazarnos a otros lugares por el mero hecho de recrear nuestra anatomía y nuestro intelecto. Sin embargo, la gastronomía ofrece un inesperado escape. Un punto de fuga. Una perspectiva emocionante e inédita, más allá del mundo tangible y medible. 

La gama de productos Joselito otorga una suculencia real superlativa, pero ofrece un plus escondido entre las vetas: nos traslada mucho más allá del sentido del gusto. Todas sus referencias, en su respectiva parcela sápida, son pura sugestión, ensoñación, viaje, singladura. A través de su deleite se pueden establecer y visualizar escenarios y entornos magníficos, como si fueran viajes y recorridos por lugares distantes, ahora que no podemos movernos con la libertad que quisiéramos.

Con el jamón Joselito, en cualquiera de sus variedades, podemos percibir la fragancia de la dehesa extremeña. El frescor de la grama, el rocío al amanecer, la brisa y la bruma filtrándose por las ramas de encinas y alcornoques que ofrecen la sagrada bellota. Un viaje rural en toda regla, donde la comunión con la naturaleza y los ciclos del campo exigen respeto y admiración, distancia e intervención mínima. Incluso podemos pensar en bodegas sigilosas, en penumbra, donde cuelgan y duermen el sueño de los tiempos los jamones vintage y que pueden recordarnos viejas iglesias románicas o góticas, con su salmo monódico, sus muros envejecidos por el tiempo y la historia, su encanto inherente, hipnótico y relajante. 

En un plano más lumínico, el chorizo no conduce a la vibrante magia del estío, con ese pimentón que traslada la imaginación a La Vera, donde se elabora y pulveriza el mejor pimentón del mundo. También podemos pensar en la sal que blinda y asienta nuestros jamones y que la trabaja en la luz gaditana y sus salinas, una de las mecas sureñas a las que emigrar cuando el termómetro sube durante el estío. O podemos interiorizar la calma conquense de Las Pedroñeras, de donde vienen los ajos que magnifican el sabor de salchichones y otros productos. No todo es ámbito lejos de la urbe. Hay lugar al cosmopolitismo. El lomo elegante e intenso nos invita a una tarde fría de teatros y museos de la gran ciudad, donde un aperitivo previo a la representación o el paseo artístico agiganta la experiencia posterior gracias a un gusto larguísimo en boca. 

La papada Joselito, que se elabora únicamente con sal marina, pimienta, ajo, orégano y tomillo, y se cura de forma natural durante más de 12 meses, trae los ecos de una chimenea, de un fuego cautivador en el que atemperar a unos 25 grados uno de los productos que goza de más predicamento entre los feligreses de la marca. Afuera, aromas a hierbas silvestres y a frío, a niebla y tranquilidad rural. Una desconexión que se presta a la práctica del senderismo, a visitar algún pueblo serrano o subirse al telesilla de una estación de esquí pertrechado con la panoplia correspondiente. Esa calma invernal apareja intimidad y sosiego.

Tras el mes de enero, época de sacrificios, llega el momento de despachar la carne fresca Joselito. Los cortes de temporada –presa, secreto, lomo y solomillo– exigen estacionalidad invernal. Hoy es posible consumirlos en cualquier circunstancia y momento gracias a su congelación a -80 grados en nitrógeno líquido. En el paladar, de nuevo todo la verdad del bosque mediterráneo. Y vienen a la mente viejos rituales de matanzas en pequeños pueblos de Salamanca o la sierra norte andaluza. Un regreso al pasado donde el animal concedía sustento a toda una familia prácticamente para todo el año. 

Por último, facturamos rumbo a otras latitudes. La coppa, otro de los hitos que ha puesto en boga Joselito para todo el mundo, nos habla de la bella y vieja Italia. Un país museo, fascinante, siempre nuevo y que incita al descubrimiento, con un sinfín de tesoros inéditos y monumentalidad agazapada a ojos del visitante con inquietudes. Primero la coppa nos agarra de la mano hasta la Toscana y sus vinos, ya que de ahí procede su etimología. La capicola o apocollo le debe al latín su significado: caput = cabeza y collum = cuello.

Pero no solo puede aparejar el encanto de la Toscana con sus viñedos y villas que son joyas del neoclásico. Porque realmente la coppa es un fiambre de origen calabrés, lo que se traduce como aires del sur, justo en la punta de la península Itálica, rozando prácticamente a la isla de Sicilia, solamente separados por el Estrecho de Mesina. Así que ahora visualicen unas lonchas de coppa en una mera pizza elaborada en casa. La grasa fundente, la fragancia, la largura del sabor que se filtra entre el tomate y la mozzarella… y habremos convertido nuestro salón en un enclave de lo más mediterráneo. Nunca el sabor sacó billete a tantos y a tan variados destinos… 

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